28 oct 2009

Cansancio



Por Ricardo Gutman. Foto: Aldo Ojeda.

I
Pasan muchas cosas, es cierto, incluso en lugares cómo este, cómo el nuestro, lugares que parecen no pertenecer a ningún lugar, a ninguna provincia, a ningún país. Esa es la impresión: la provincia es un lugar que está al sur, comienza en Rafaela y termina en algún lugar cercano a Rosario; después de ahí no parece haber mucho más.
Nuestra extraña condición de ser parece condenarnos. Estamos tan atrasados que enerva de sólo pensarlo. ¿Se puede hablar con alguien qué no conoce mi realidad, qué no sabe dónde vivo, qué no se explica cómo hago para vivir como vivo? Entiendo hablar cómo compartir códigos, vivencias, cosas en común. A primera vista parece que no, es decir, no puedo hablar con alguien que no entiende cómo vivo, cómo hago para tomar agua si no tengo red domiciliaria de nada. Pero vivimos. Aprendimos a sobrevivir. Quizás ese es nuestro error.
Objetivamente creo que tengo más cosas en común con Santiago del Estero y con Chaco que con la provincia de Santa Fe. Y no es que esto se circunscriba solamente a San Cristóbal sino a una gran región olvidada. Otros lugares están peor que nosotros pero eso no es ningún consuelo, ni para mí ni para ellos.
Esa Santa Fe pujante y poderosa, la segunda economía del país, es una extraña criatura de soja que no reconozco, algo tan lejano para mí cómo para muchos otros; una Santa Fe que no puedo caminar porque aquí las rutas son un desastre, los caminos se abren y se mantienen cómo pueden y las maestras deben pagarse de su bolsillo el traslado hacia una escuela de campo a la que nadie llega si no fuera por ellas o dar clases en una plaza.
Yo conozco la Santa Fe de las promesas, la de los grandes augurios, las de las grandes esperanzas nunca cumplidas y de la de las grandes obras nunca realizadas. Conozco el patio trasero de la Santa Fe residencial, el depósito de esa casa donde se guardan los trastos viejos, los muebles rotos y las cocinas herrumbradas.
El señor gobernador ha dicho que Santa Fe es una provincia fragmentada y no se equivoca tanto; en realidad debería haber dicho que Santa Fe es una provincia descuartizada para ser más exacto. Es que llegado el caso las palabras disfrazan y confunden y necesitamos ser claros en estos temas: en esta provincia existen ciudadanos de primera, de segunda y de tercera. Lamentablemente.      
A veces creo que nadie parece saber en que país vive, en que lugar está parado. Parece que las cosas pasaran en otro lugar, en los grandes conglomerados. Yo vivo en el país de las deudas, ese que los grandes medios descubrieron gracias al dengue (miren lo que escribo: ¡gracias al dengue!). Esas cosas que no pasan también son noticia, la diferencia radica en la visibilidad, en la capacidad de ser visto, de llamar la atención.
Vivo en un país, en una provincia, invisible, que de vez en cuando llama la atención si pasa alguna catástrofe, alguna inundación, alguna sequía, algún brutal asesinato, algún caso en particular cómo el de este nene que no puede salir al sol. Con localidades de nombre particulares que algunos funcionarios no pueden nombrar pero que para mí son tan normales como nombrables. Vivo en un país que pocos conocen y muchos sufren. 

II
Estoy cansado, cansado de muchas cosas, pero más cansado estoy de que me ignoren. Que no te nombren. Que no sepan tu nombre. Que no sepan cómo se llama el lugar donde vivís, tener que explicar todo porque nadie sabe cómo llegar a tu pueblo, a tu ciudad, a tu comuna, a tu colonia, a tu paraje. Cansa; cansa mucho. Y enoja. Pero no es lo único.
Estoy cansado, entre otras cosas, de los razonamientos darwinianos, liberales, de muchos progresistas que parecen no haber ido más allá de La riqueza de las naciones. Estoy cansado de que me expliquen que estoy así porque debe ser así, porque estoy en un lugar no bendecido por el señor, sin agua y sin buenas tierras, cómo si eso fuera el condicionante de todo desarrollo. Que no puedo acceder a ciertas cosas que otros lugares poseen porque las estadísticas indican que cuantitativamente no conviene tenerlas, que es un gasto, y que por eso mi vida vale menos que la de cualquier otro.
Sospecho que el problema es que nos hemos acostumbrado, la historia misma, la aplastante lógica del pasado y del presente nos ha hecho ser lo que somos, aceptar lo que aceptamos y encima afirmar que la culpa siempre es de los otros. Aceptamos el saqueo o el abandono. Esa es nuestra parte de la responsabilidad y hay que hacerse cargo, algo habremos hecho.
Estoy cansado de tener la tentación de darle la razón a los derrotistas, a esos que andan por la vida diciendo que todo anda mal, que seguirá peor después y que no podemos esperar nada del futuro. Es que llegado el caso no se equivocan, es verdad, lo que ocurre es que siempre se centran en los aspectos descriptivos de la realidad y si es así a veces no queda otra que darle la derecha.
No hace falta mucho. Simple y apabullante, el razonamiento de estos profetas del pesimismo es tan obvio, tan pesado, que se pierde la fe en el futuro y en las palabras. ¿Qué se pude esperar cuando te dicen que recién en quince años se va a poder tener una red de agua potable? ¿Qué se puede esperar cuando el recorrido de un gasoducto cambia de un día para otro y nadie puede explicar el por qué? Lo decepcionante es que nadie se esfuerce por contradecirlos.
Después están los gurúes del cambio, esos sujetos que tienen las cosas tan claras que cuando uno le explica su realidad lo miran con esa cara de “pobre subdesarrollado, cuantas cosas le faltan y cuan atrasado está” y después se van a su casa a estudiar los problemas, discuten en grupo, organizan seminarios, realizan informes y conclusiones, reciben su paga y después forman otro grupo de estudio interdisciplinario de la complejidad social existente o solicitan alguna beca, si es en el extranjero mejor, para realizar algún posgrado que te tirarán por la cabeza en alguna conferencia para demostrar que en realidad el ignorante es uno. Y las cosas seguirán igual a pesar de los informes y las estadísticas.
Y por último están los locales, esos que siempre encuentran la justificación apropiada en la provincia, en la nación, en la situación económico financiera que aqueja al mundo, en la sequía, en las retenciones, en los sueldos, en el INDEC, en las desventajas regionales, en la poca capacidad de financiamiento y que se yo que otras yerbas; lo cierto es que siempre pasa algo y justo afecta por acá.         
Estoy cansado y soy relativamente joven. Tampoco los grandes centros están exentos de problemas, sería una estupidez obviarlos. No ignoro las desigualdades de las grandes ciudades, la pobreza de sus puertas de entrada y los problemas que tienen. Pero esos no son mis problemas. Mi problema es que no quiero que mi lugar termine así antes de tiempo.
La imaginación al poder rezaban los estudiantes parisinos del mayo francés, en ese año catalogado como la primavera del siglo. Imaginación por favor. Que a alguien se le caiga una idea. Mejor. Que a dos personas se le caigan dos ideas y que las lleven adelante.   
Sólo pido que alguien contradiga a la realidad con hechos y no con deseos. Sinceramente no sé cómo es vivir en la otra Santa Fe, la de los santafesinos, rafaelinos y rosarinos, la de las industrias, los campos y los tambos. No sé lo que es pertenecer a esa realidad. Perdonen mi ignorancia.