31 dic 2009

Rosario tan ella


Mirar a Rosario es estar frente a esas preguntas magníficas, de esas que admiten todas las respuestas o ninguna. Recuerdo los primeros tiempos en que la conocí. Callada, reservada, observadora, no parecía una nena de once años. Es verdad, nunca fue igual a nadie, quizás por esa porfía tan suya de ser ella misma.
De esos tiempos recuerdo una situación en particular. Generalmente apremiado por los tiempos, llegaba a la casa de Rosario por la siesta con la intención de enterarme de las tareas previstas para esa semana, consultar novedades o buscar alguna cosa. Desde mucho antes de llegar a su casa yo ya anhelaba que Rosario me abriese la puerta.
Me gustaba pensar que me esperaba, tan acostumbrada a mis visitas, saludándome indiferente o fastidiada por haberla despertado de la siesta, poniéndome al tanto de quien estaba o no presente, del  ánimo de Josecito o si tenía que pasar directamente al patio o a la cocina para encontrar a sus padres. Sin saberlo, Rosario me guiaba. Una vez dentro de la casa, me saludaba en la mejilla y yo sabía lo que tenía que hacer o donde se escondían esas cosas que siempre buscaba.  
Históricamente siempre tuve afinidad con los niños, siempre me vanaglorié del hecho de que en quince minutos yo me ganaba la atención de cualquier pibe pero desde un primer momento supe que con esta niña no sería fácil. Tuve que esforzarme. Es que el privilegio de su atención dura sólo un momento, escasos segundos, y luego se pierde haciendo otra cosa, siempre más importante que lo que uno esté pensando. Hay que tener cuidado cuando se quiere hablar con Rosario, pocas cosas le llaman verdaderamente la atención, así que siempre hay que saber de que hablar.
Los riesgos del ridículo son una constante diaria. Ante una persona como ella se corre el riesgo real y concreto de quedar desubicado perpetuamente. Un solo gesto le alcanza para desbaratar cualquiera de tus argumentos. Una simple mueca de su boca sumerge a cualquiera en un mar de dudas. O simplemente una mirada basta para sentirte un estúpido ante una nena, sin entender verdaderamente como pasó lo que pasó o como llegaste hasta ahí.
Conciente de todo lo que pasa, Rosario se sabe única y lo ha aceptado. Y lo muestra en sus cuentos, en su manera de relacionarse con la gente, en la organización perfecta de la compra en el supermercado. Me gusta pensarla como un faro ante el azote de las olas, digna y serena ante el mundo que se licúa y se debate por las cosas más nimias. Mientras los demás encallan, Rosario observa y al decir del estilo del catalán se hace sabia con los errores ajenos. Rosario sabe que hay cosas más importantes, en las que el resto de los mortales no piensa, que merecen su atención y ahí se centra. Las otras cosas, las mundanas, las diarias, en las que uno se embrolla, no las piensa, simplemente las ejecuta, imperturbable, fría, rápida, como quien se saca la caspa del hombro. No vaya a ser cosa que le quiten el tiempo.
Las posibilidades son inmensas y son todas suyas, quien sabe que será Rosario en un futuro pero de una cosa estoy seguro: sea lo que sea, lo que ella elija, la mujer que será Rosario enloquecerá a los poetas y asustará a los hombres mundanos. Dirán cualquier cosa pero no podrán resistirse. No le será fácil. Tendrá que acostumbrarse. Pero le costará menos que a otras tantas que se pasan toda la vida negando lo que son y sufriendo por miedo a aceptarse.
Pueden que pasen muchas cosas, puede que todo lo que digo no se cumpla. Pero todavía falta bastante. Recién recién tiene trece años.


28 dic 2009

Postales III



Cada día canta mejor, ¿no?


23 dic 2009

Postales II

Por Ricardo Gutman



Hoy están acá pero ¿alguien me puede decir dónde se los llevan?

22 dic 2009

Consejos para las fiestas

Por Ricardo Gutman


Cada año lo mismo. Las mismas discusiones. Los mismos cálculos. Las mismas rencillas de siempre. Quizás cambie un poco el menú, los lugares, pero siempre lo mismo. La plata quemada. El Sertal a mano. Las copas de más. Las botellas de más. La comida que sobra para la vuelta del boliche. Que clericó o ensalada de frutas. El turrón cuando ya no te entra más nada. Es por eso que tengo la tentación de escribir unas recomendaciones para que estas fiestas las pases lo mejor que puedas, yo no puedo hacerlo por una cuestión de jurisdicción y jerarquía pero la mayoría de la cosas creo que son lo suficientemente lógicas.

1. Separá bien las cosas: Navidad es para la familia y Año Nuevo es negociable.
2. No comas de más. No tiene sentido. Al mediodía del 25 va a seguir ahí y es lo mejor que puede pasar.
3. Ya te lo dijeron mil veces: no te zarpes chupando.
4. No discutas al cuete, ¿qué sentido tiene pelearse en Navidad?. Si querés dejalo para Año Nuevo.
5. Evitá las películas navideñas, aunque Mi pobre angelito sea un clásico se corre el riesgo de ver a Schwarzenegger en alguna comedia.
6. Apagá el tele.
7. No rompas con los mensajes de texto masivos ni los mails en cadena.
8. Si tu familia es numerosa y todos se juntan en tu casa ya sabés que hacer: alquilá baños químicos.
9. Si salís aprovechá: podés saludar a quien se te ocurra con un beso total es navidad.
10. Juntá paciencia porque te van a saludar en cualquier lugar, cualquier persona.
11. Drogá a tu perro.
12. ¿Viste lo poco que dura el aguinaldo?
13. Desea siempre Felices Fiestas. Es lo políticamente correcto.
14. Si sos ateo, agnóstico o tu religión no se enmarca dentro de la concepción judeocristiana tanta alaraca no tiene sentido. Te recomiendo que disfrutes el feriado.
15. Y si sos creyente te pido un último favor: Matá a Papá Noel. Que vuelva el Niño Dios.  


¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Felices Fiestas a todos !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

16 dic 2009

Notas sobre un éxodo

Por Ricardo Gutman

I
La hoja está amarilla por los años y a duras penas se pueden ver las caras en la foto. Incluso alguna mancha adorna la nota, dándole cierto toque místico a la información. El titular dice La Cooperativa de Viviendas para Ferroviarios de San Cristóbal adquirió 99 lotes de terreno y está publicado en El Litoral, sin fecha pero supongo que habrá ocurrido durante los años 70. La nota pertenece al decano del periodismo local, don Osvaldo Giussanni, y pude acceder a ella gracias a Enrique, quien me entregó hace unos meses unas carpetas que don Osvaldo armó hace tiempo sobre el ferrocarril en San Cristóbal y es la tercera parte de una colección de cinco tomos más un apéndice, todas llenas de fotos y crónicas de una ciudad que se extraña.
Responsable de la mayor parte de nuestra memoria, don Osvaldo hizo mucho más que periodismo pueblero. La nota me llamó la atención desde el vamos porque muestra algo muy poco común por estos lugares pero muy desarrollado en otros: una cooperativa. La organización de los trabajadores logró conseguir casi cien viviendas situadas entre las calles Bv San Martín, J.M. Bullo, Las Heras y Ruta 4 y dentro del corpus de notas es quizás una más entre tantas que demuestran la incidencia y la importancia estructural de una clase trabajadora que se reconocía como columna vertebral de una comunidad. Después de hojear los cinco tomos creo ver allí, en esa conciencia de sí, una punta, una débil hipótesis, un indicio, una posible explicación de lo que pasó después, cuando nos transformamos en algo que nunca esperamos.
Pero no siempre todo está registrado. Muchas de las cosas que han pasado, no todas, se reflejan en las notas de Don Osvaldo. Debo dar fe que hasta el momento no he podido acceder a la riquísima documentación que me falta conocer más que nada por pereza. Pero hay una historia que no logré encontrar en esos cinco tomos y que llegó a mí de manera casual, una tarde cualquiera, hará ya un par de años.

8 dic 2009

Abel

Por Ricardo Gutman

I
El camino está inscripto en la memoria, tatuado, y el sólo hecho de saber que está lleno de escarcha hace acurrucar a Abel en la cama, deseoso de ser un microbio o algo que no necesite ropa para andar por la calle o que no necesite vestirse para enfrentar el invierno que cada vez viene peor.
Dos frazadas de dos plazas, la protección justa que otorga calor y no corta la circulación de la sangre, uno puede estar si quiere días enteros metido en la cama arropado con dos frazadas de dos plazas, tapado hasta las orejas, sellando los huecos por los que se cuela el invierno, amoldándose a los pliegues, aprovechando las depresiones del colchón, entregándose a la pereza. Si uno tiene suerte y se enferma, la madre puede abrirle el postigo durante el día para que el sol se refracte en el vidrio de la ventana y penetre en la pieza, envolviendo el ambiente y pegándose en las paredes. Pero no se puede, tiene que ir a la escuela, porque sí, porque tiene que ir. El desayuno todavía está por hacerse, breve consuelo de leche y café bien rápido porque la pereza atrasa siempre todo. Todavía le falta vestirse, enfrentar el agua congelada de las siete de la mañana que se vierte desde la canilla, despertarse, “Pero uno siempre se despierta”, se dice Abel, “tarde o temprano uno siempre tiene que despertarse”.
El vapor del café refresca la cara helada de Abel y humedece su nariz. A través del copo de vapor Abel piensa en el trayecto, en el frío trayecto camino al colegio. No es que sea mucho, no son más que ocho cuadras de viento gélido que se estaciona en el patio de la escuela, esperando que la bandera se ize al ritmo de una aurora que tirita y cumplir con las obligaciones patrias de soportar estoicamente el frío por respeto a la enseña, tan celeste y blanca como el invierno que se pega al denim de los pantalones y así, contentos, ser empujados a las aulas huérfanas de estufas.
Camino al colegio, Abel ya dejó atrás el lavatorio, la fría tortura de lavarse la cara a las siete de la mañana, el vestirse apurado, salir con el desayuno a flor de glotis. En la calle se dibuja la fila de municipales encogidos que caminan directo al taller luego de haber marcado tarjeta en la Municipalidad. Sin mayor preocupación los obreros saludan al pibe que displicentemente devuelve la atención mientras vuelven a la conversación. Abel no conoce a ninguno y nunca estuvo al tanto del contenido de las conversaciones pero aquí es obligación devolver el saludo. Lo sabe desde que iba a la primaria.
Como la mayoría de los chicos de su edad, Abel tiene la costumbre de fumarse un cigarrillo camino a la escuela, primer cigarrillo del día, después de comprarlos en el quiosco que está a dos cuadras de su casa. Como todos los días, Abel saluda al kiosquero que ya se acostumbró a su pedido diario de Lucky diez pero esta vez le agrega la compra de un encendedor, calcula si el dinero que tiene le alcanzará para comprarse todo, el paquete de cigarrillos y el encendedor tipo garrafa que garantiza más encendidas que ningún otro. Con la plata justa paga al kiosquero, saluda y sigue su camino rumbo al colegio. De memoria.