Por Ricardo Gutman
Confieso, el tema lo tengo picando desde hace tiempo y como nunca dije nada dejé pasar el tiempo, con esa idea tomada de no se qué lugar de que el tiempo destila todo. Quizás ese filtro temporal me hiciese ver las cosas de una manera más rica, quizás mucha gente con la que polemicé en su momento hubiese cambiado su posición, apreciado ciertas cosas que en su oportunidad se le pasaron por alto y hoy tal vez, con tiempo recorrido, nos encontraríamos en esas coincidencias tan anheladas. Lo cierto es que ni yo cambié de opinión ni los otros tampoco. Cada uno siguió en la suya y el tiempo no hizo nada. A lo sumo empecé unos cuantos cuentos que todavía me debo terminar. Es que pasan tantas cosas y tan rápido. A veces la entiendo a mi abuela, a quien nunca le alcanza el día. Ojalá escribiese más cuentos y menos de estas cosas.
Todavía hay cosas que hay que seguir defendiendo. Me atrevo a decir que hay cosas que siempre se van a tener que defender, por más que parezcan obvias. La Asignación Universal por Hijo (AUH) es una de ellas. La lucha por los significados y los imaginarios, por el campo simbólico, nunca cesa. Esa es una falencia propia del campo progresista argentino, creer que se ha instalado un concepto, una idea, y convencerse de la batalla está ganada. La batalla nunca termina y como se corre con desventaja a la hora de construir el imaginario es necesario no abandonarla nunca. La derecha ha monopolizado el sentido común y el sentido común se vuelve fuerte porque está basado en ideas preestablecidas de antemano. Son como las ideas preliminares de los chicos sobre el mundo cuando recién ingresan a la escuela, pelear contra esas preconcepciones tan primarias, desestructurarlas, sacarles el precario pero arraigado basamento es una tarea titánica del docente porque se encuentran radicadas en la experiencia misma del niño.
Por poner un ejemplo, quien suscribe creía a sus cinco años que había un sol para cada ciudad. Tuve el descaro de exponer mi conclusión en unos de mis primeros viajes a Santa Fe. Mis padres entre medio de la gracia que les causó me explicaron que no era así, pero yo no les creí ni jota. Les hice creer que los había entendido pero les desconfiaba feo. Mirá si el sol va a ser tan grande si mi mano lo tapaba de lo más bien. Hasta me sobraba mano. Con el correr del tiempo me explicaron en la escuela como era el tema de la traslación solar y la rotación de la tierra y todo eso. Costo sacarme esa idea preconcebida pero eso era sentido común a mis cinco años. Eso hizo que, a diferencia de cuando era chico, a medida que pasa el tiempo me convenzo de que somos una pizca en la inmensidad. Pero eso es otra discusión y no viene al tema.
Con la AUH pasa lo mismo. Por más estudios científicos dentro del campo de las ciencias sociales que avalen la innegable influencia positiva de la AUH dentro de la economía interna, que de hecho existen y deben ser materia de consulta obligada, ese tergiversado sentido común contradice de manera más agresiva todos los estudios existentes respecto al tema. Ese sentido común no ataca al plan como política social ya que si lo hiciese caería rápidamente por insuficiencia de argumentos sino que ataca a aquellos que perciben la asignación. Atacan a los pobres. Se ataca al pobre sobrentendiendo que si alguien es pobre lo es por propia elección. Todavía se cree que en este país no trabaja el que no quiere. Debiésemos ver que entendemos por trabajo, o por lo menos que entiende por trabajo aquel que se enarbola detrás de esa idea. Y ver si paga sus impuestos.
Ese ataque al pobre, al beneficiario de la asignación, se expresa como xenofobia, como discriminación racial. No creo estar cayendo en un error al señalar esto, creo que se toma al pobre como extranjero, de la misma manera que los argentinos acusan a los bolivianos y paraguayos de ciertos males. Se estigmatiza al beneficiario como causa y objeto de un problema y no como consecuencia histórica, no se trata de entender el alcance de la medida y lo que genera, los objetivos de esta política, lo que se propone lograr. Para el que dice no estar de acuerdo con la AUH empieza comúnmente sus frases con las palabras “es que estos negros…” y consideraciones por el estilo. Se cree que la AUH promueve la vagancia entre aquellos que la perciben porque no tienen que trabajar para recibir dinero, que “el dinero de sus impuestos” se va en solventar la educación de miles de pibes excluidos por las políticas implementadas por la derecha neoliberal que acceden a un plato de comida y que tienen que ir a la escuela para eso, para comer en sus casas. Como una familia “bien”. Para el sentido común el beneficiario de la AUH le está robando.
Pagar impuestos supone dejar una parte propia en manos del Estado en pos del bien común. Entonces, llegado el caso, es una discusión de prioridades. Por ende debemos aceptar que la prioridad es la gente y que el principal flagelo, consecuencia de 25 años de neoliberalismo, es la pobreza de la gente. Pero no la pobreza “digna” (si es que el adjetivo es aplicable) sino la peor de las pobrezas, la estructural, esa cuya intención es reproducir las condiciones. La AUH es el primer ataque serio en mucho tiempo a la pobreza estructural porque a diferencia de otros planes sociales este apunta a los hijos y no al mayor, condiciona el cumplimiento de acuerdo a ciertas condiciones mínimas como la escolaridad completa y el estado de salud y obliga a generar mano de obra capacitada. Es, además de una medida política, una medida económica. Los indicadores coinciden en un aumento del consumo desde la implementación de la AUH y básicamente esto responde a que las personas de bajos ingresos destinan sus dineros a las necesidades inmediatas fortaleciendo el mercado interno de materias primas. Se puede estar de acuerdo o no pero yo todavía estoy esperando que la clase media reactive la economía con los planes de compras de autos y electrodomésticos.
Esto nos lleva a reconocer dos cosas: la falta de políticas del peronismo para la clase media y que, por más que haya una recuperación, en este país mandan los pobres. Y mandan los pobres porque nos dejaron llenos de pobres. Repito: todavía hay gente que cree que se es pobre porque se elige ser pobre. Puede ser aplicado en algunos casos, no digo que no, pero no creo que la inmensa mayoría quiera ser pobre durante, digamos… treinta años.
Eso es un plan, un esquema de pobreza estructural que genera condiciones que imposibilitan el ascenso y desarrollo social. Si me dan a elegir elijo los dos mejores planes sociales de la historia: Trabajo y Educación, no lo niego, pero dadas las circunstancias y el contexto ¿existe alguna medida mejor? Pintemos nuestra aldea para entenderlo mejor. Usualmente aquellos a los que escucho criticar a los que reciben la AUH son precisamente aquellos que directa o indirectamente vive de los beneficiarios.
En enero de este año con motivo de la reciente implementación de la asignación los comercios de San Cristóbal sufrieron un papatús que se sintió enormemente cuando gran parte de los beneficiarios de los planes anteriores no pudieron percibir la AUH por demoras burocráticas en la actualización de la base de datos. Un cálculo a grosso modo, con números del mes de enero, indicaba que en la ciudad existían unos 1.000 titulares de la AUH y que la cobertura llegaba a unas 4.000 personas promedio. A un promedio de 3 hijos menores de 18 años por beneficiario la AUH deja en San Cristóbal unos 400 mil pesos mensuales. Eso sin tener números finos. Mucha plata ¿no?
Como carecemos de números oficiales en todo sentido no puedo calcular cual es la masa que aportan los empleados públicos, que calculo que debe ser mucho mayor, la de los jubilados provinciales y nacionales y la de los privados que desarrollan su actividad autónomamente. Lo cierto es que un cuarto de la población de la ciudad está siendo asistida por el Estado. Si el Estado, tan vapuleado últimamente desde todos lados, no es importante en la ciudad de San Cristóbal, donde no ganan precisamente sus candidatos, no entiendo por donde pasa la cosa. Esto sin enumerar las jubilaciones de las amas de casa.
Me parece que no es correcto morder la mano que te da de comer. O por lo menos la que te ayuda. Pero se ataca al pobre por ser pobre. Quizás se ataque al pobre por vergüenza propia, porque en realidad se depende demasiado de los pobres. Y para terminar con la pobreza se la debe atacar. Podemos discutir todos los aspectos negativos que puede tener la medida y como es una tentación para aquellos que quisiesen hacer de esto otro anclaje más de pobreza estructural, porque es un riesgo real, pero planteemos las repercusiones positivas y discutamos como apuntalar las cosas una vez que la AUH haya cumplido su ciclo natural (y no el político). Porque la AUH incrementó un 25 por ciento la matrícula en las escuelas pero no se construyen más aulas para dar clases en mejores condiciones, no se discuten que tipo de contenidos deben aprender esos chicos de acá a diez años ni que va a pasar con esos chicos cuando cumplan 18 años y tengan el secundario terminado a la hora de ingresar en el mercado laboral. Tampoco que va a pasar con sus padres una vez culminada la AUH. Discutamos eso si se quiere estar seguro de que los aportes tributarios sirven para algo porque es allí donde la AUH adquiere su tinte de política progresista, porque nos permite pensar para adelante y entender que por más que nuestra experiencia nos afirme día a día lo que pensamos la mano que tapa el sol nunca es más grande que el mismo sol.