28 jul 2010

Tenue justificación ante la demora en la entrega de una nota

Ricardo Gutman


Para Gabriela y Alicia, que les sobra la paciencia.


Antes, cuando llovía, me daba por escribir. Hoy, cuando llueve, me da por mirar la lluvia. Y escucharla como suena entre el follaje, cuerda vocal del agua que cae en el viento. Cuando digo antes estoy hablando, como mínimo, diez años atrás, quizás no tanto. Cuando digo hoy estoy hablando del pasado lunes. Nombrar el día no me excusará pero confío en que hará más comprensible mi demora.
Muchas cosas han cambiado en mí desde entonces y otras han permanecido intactas, es probable que la combinación de estos factores hayan configurado de manera solapada la demora de la que estamos al tanto.
Lo hermoso y lo mundano se confabulan de maneras misteriosas. Lo más probable sea que antes, cuando se cortaba la luz, no tenía computadora y hoy, años después, muchos años después, en lo que escribir en teclado se ha vuelto la única forma de escribir, no sé que hacer cuando se corta el fluido eléctrico.
Mi dependencia del teclado y del Word se basa exclusivamente en mi incapacidad de organizarme. No es que reniegue del lápiz y el papel, siguen teniendo para mí esa magia intrínseca que tenían en esos comienzos y continúan así hasta el día de hoy, sino que indefectiblemente todo lo que he escrito en papel se ha perdido por ahí, sea un papel suelto o un cuaderno, simplemente desaparecían y seguirán desapareciendo. Incluso hasta me han robado borradores. De alguna manera el ordenador se ha vuelto una “ezpecie” de garantía, al decir del Guille, aunque no del todo seguro pero mucho más fiable que mi frágil memoria.
También es importante la ventana de mi dormitorio-estudio-biblioteca. Antes no estaba. Había otra cosa. Antes en vez de esta cosa de madera con postigos mal instalada yo tenía una persiana cuyos vidrios esmerilados estaban burdamente pintados de marrón con la intención de mitigar el reflejo matutino del sol que entraba apenas salía. El correr del tiempo hizo que la pintura se descascarase y por los agujeros entrasen los rayos de la mañana. Era hermoso ver las cosas que se dibujaban en el interior de la pieza por capricho de la luz. Esa persiana no se abría de manera completa, sino que los parasoles se inclinaban, vencidos por el uso, hacia abajo. Eso me permitía en numerosas ocasiones contemplar la lluvia desde la ventana de mi pieza, ya que las gotas rebotaban en el vidrio pero de manera descendente, hacia fuera. Si la lluvia duraba horas yo me quedaba horas.
Lo mejor ocurría por la noche, cuando a riesgo de una reprimenda de mi madre yo apagaba todas las luces del patio de entrada a mi casa y sólo quedaba la del alumbrado público, que ingresaba en tímidas ráfagas en medio de la oscuridad dibujando las gotas como si fuesen perlas caídas del cielo. En ese entonces las paredes exteriores de mi casa estaban pintadas de blanco y las gotas que caían sobre las paredes y los tapiales conformaban un espectáculo único, una pared de perlas refulgente ostentando sublime majestad que parecían gotas, que se comportaban como gotas pero que eran perlas, y el contrapiso de mi patio de entrada era como los arrozales chinos a la luz de luna; espectáculo solo visible desde la parte superior de mi cucheta, que hoy tampoco está. Es esa imagen, ese tiempo, esa posibilidad de dejar pasar las horas y los libros lo que recuerdo cada vez que me pongo a contemplar la lluvia. Y hoy ya no tengo cucheta, ni persiana ni color blanco en las paredes. La verdad, se extraña.
No me puedo olvidar del desagüe de los techos y eso también ha cambiado para males. Antiguamente las canaletas del desagüe eran de esas canaletas comunes, de chapas, redondas, pero el tiempo y sus inclemencias fueron haciéndolas cada vez más obsoletas, hecho que derivó en su posterior reemplazo por un modelo más nuevo y brillante, de esos cuadrados que tan bien quedan a la vista y debo decir que sólo a la vista quedaron bien. En su momento las antiguas canaletas cumplían su función pero la chapa se deterioró sensiblemente, por más que las hojas de los lapachos de la coca fuesen a parar ahí la velocidad del agua se encargaba de limpiarlas, en cambio estas que tengo ahora están mal instaladas e incluso ahora que los lapachos de la coca han pasado a mejor vida ni siquiera permiten el desagüe, se  rebalsan de nada porque no tienen la inclinación correcta para que el agua fluya y el espacio entre el borde del techo y la canaleta es irrisorio; si se intenta limpiar bien puede cualquier mortal cortarse un dedo ya que es imposible meter la mano.
Todas estas cuestiones hicieron que, posterior a la inundación del dormitorio de mi hermana por la pared debido a ese trabajo mal hecho, se realizase una incisión tipo rectangular en uno de los lados de la canaleta debajo de la caída de mi techo para acelerar la descarga y lo que bien puede considerarse una pequeña catarata descarga su violencia en el borde inferior de mi ventana por lo que es imperioso cerrarla para que no se me inunde la pieza, se moje el revoque y la cama sirva para dormir. Es así que desde hace un tiempo no puedo ver la lluvia caer desde mi pieza, las ventanas están obligatoriamente cerradas y mi casa ya no respira por donde respiraba antes.
Sabrá comprender que hay cosas que no puedo controlar por mí mismo y otras que no puedo realizarlas debido a la escasez de dinero así que como podrá ver me es imperioso ver la lluvia caer cada vez que puedo. En una especie de regresión a mi infancia, ahora lo hago acostado cerca de los dinteles de la puerta, como cuando leía las historietas de mi tío Osvaldo a la siesta; para no molestar. Esa es la primera opción, si no se puede cualquier ventana sirve, menos la de mi dormitorio. O bien la galería de mi vecino en plena vereda. Si aceptamos que todo tiene que ver con todo sabrá entender que a mi parecer no es la única cosa que ha cambiado en los últimos años, he incorporado otras que tendré el buen tino de explicarle de manera más detallada. Usted ya me conoce, y me sufre, creo que podrá entender.

II
Guillermo llegó cuando la lluvia ya estaba instalada, fino entre las gotas, y yo tirado en el suelo de la oficina, con la puerta abierta, rogando que entrase un poco de aire fresco, viendo como poco a poco el agua cubría la entrada en pequeñas gotas, ínfimas pero porfiadas, conformando el charco y salpicando mi nariz. Primero fueron unos pasos y después entró Guille, en ese orden, quejándose de la lluvia que lo había sorprendido camino a la oficina. Yo me reí para adentro, como generalmente hago, pensando en la imposibilidad del caso, como si el Guille pudiese mojarse. Al parecer la risa no fue el común gruñido entre dientes que me imaginaba sino más bien algo más sonoro bien parecido a una risita tímida que alertó a mi hermano, increpándome. Ni él ni yo nos hicimos caso. No me molesté en explicarme. El tampoco me pidió una explicación.
La luz se había cortado y Guillermo vino igual, presuroso ante mi llamada, como siempre hace. Sabe, me conoce, por eso está siempre que lo llamo. Esas cualidades tan desarrolladas en su persona son mi principal falencia. Yo no me quería mover y el vino apenas se lo pedí.
El flaco me hizo el favor de traerme su pen drive para enviar la nota a la redacción de la página porque en esta computadora no funcionaba internet y quería guardarla para llevarla a casa así completaba la entrega más o menos en tiempo y forma, más en forma que en tiempo. Cuando llegó el Guille la luz ya estaba cortada y la única claridad del lugar entraba por el marco de la puerta. El charquito de la puerta seguía creciendo chispazo a chispazo, mojando los mosaicos.
El Guille fue al baño y se secó la cabeza, volvió al recibidor y me pidió que me levantase del suelo. Yo ni me moví. “¿Hace cuánto que se cortó la luz?” me pregunta el flaco. “Hace unos diez minutos” le respondí. “Entonces cuando vuelva lo cargás y listo”. “No sé”. “¿Qué no sabés?” me dice fijándome los ojos. “Si lo voy a poder cargar”. “¿Por qué?”. “Porque mientras lo estaba escribiendo se me cortó la luz”. “¿Y no apretaste CtrlG?”. “No”. “¿No te enseñaron a vos que tenés que guardar el archivo cada diez minutos por si las dudas?”. “Sí”. “¿Y por qué no lo guardaste?”. “Porque me olvidé” ¿Y mientras tanto que vas a hacer? “Nada hermano. Mirar la lluvia”. El Guille puteó con ganas y se fue para la cocina, puso la pava en medio de la oscuridad como para hacer tiempo pero yo no tomé ni un mate. No me habló en toda la tarde pero creo que fue mejor así, silentes sin molestarnos. Cuando volvió la luz se fue.
No le miento, le juro que fue así. Cuando volvió la luz me quedé un rato más, no demasiado, pero confieso que no me levanté enseguida. Cuando encendí la computadora tuve que rehacer la nota de principio a fin como un modesto y menos ambicioso Pierre Menard. Por eso me demoré. Descuento por anticipado que sabrá comprender.