Ricardo Gutman
Rafaela, Lunes 10 de enero
Ya el sábado la ansiedad me empezó a comer. A pesar de eso terminé de armar la mochila una hora antes de salir. Me quedó corta. Y eso que el Tete me enseñó a armar la mochila como la arman los militares. Tuve que agregar un bolso. De repente empecé a encontrar las cosas: el par de pilas que me faltaban desde hacía seis meses y la riñonera perdida hace años que a duras penas me entra. Han pasado los años, seguro.
Salimos de San Cristóbal con lluvia, como una despedida aunque no lo sea. Carlos tuvo la buena onda de llevarnos a Cléber y a mí. Para las ocho ya estábamos entrando a Rafaela. Anda lindo el Punto.
La ruta está horrible, cada vez peor; hasta Ataliva fue esquivar algunos pozos y comernos otros. Como no podía ser de otra manera el viaje pasó hablándose de autos (con Carlos el tema es ineludible), del estado de las rutas d la provincia en comparación con otras rutas de otras provincias, del crecimiento del parque automotor y ek atraso de la ruta 13, ya proverbial. A esta altura todas las rutas de la provincia debiesen ser de cuatro carriles, afirmé como una obviedad. Arlos asintió al momento. “Parece que no tuviésemos gobernantes” dijo como al pasar. Nadie dentro del auto lo contradijo. En Ataliva la ruta mejoró ostensiblemente. Llegamos a Rafaela bastante rápido.
Nos despedimos de Carlos a eso de las 8.30 en la estación de servicio Sol que está a unas cuadras de la estación de trenes del NCA, creo que el ex Mitre. Desayunamos, yo de manera frugal con un desayuno completo y Cléber tranqui con un cortado chico. Así empezaba la mañana. En tren de amenizar la charla y conocernos un poco más mi compañero me contó las tristes experiencias de la patria gringa. El progreso también tienen sus lados negativos. Una lástima, parecen lindos lugares donde vivir.
Tomamos Avenida Mitre caminando hasta la plaza 25 de Mayo. Sin nada que hacer hasta las 21 horas, hora del tren, miramos vidrieras y nos sentamos en la primer sombra de un árbol que vimos. Coincidió que abajo había un banco de plaza así que optamos sentarnos en ese preciso banco puesto por dios como un regalo para el viajero. Cuando parás todo cambia. La espalda ya no me daba más. El jardín de frente nuestro está lleno de gorriones y alguna que otra paloma viene a buscar sus migas. Habrán sido, sin temor a equivocarme, las diez de la mañana. Siempre me pasa lo mismo con las cosas que no entiendo. No sé donde va la gente, que es lo que hace, porque hace lo que hace y que lo obliga a hacerlo, quizás las cosa más importante de todas. Es seguro que pasan cosas en las vidas de las personas que anda por la vereda pero desde la perspectiva de mi banco es incomprensible todo el movimiento, caótico si se quiere, de gente y autos yendo de un lado a otro por las calles que circundan la plaza. Son las diez de la mañana y esto es un hormiguero. Sé de lugares peores. Lo que impresiona, de última, es el contraste. Me estaré volviendo un pueblerino. Habrá que tomar medidas.
Como ya no sabíamos que hacer decidimos enfilar para la estación de trenes para ver que onda. A mitad de trayecto, creo que a cuadras de haber salido, unos señores policías nos paran por portación de cara y portación de mochilas en pleno centro de Rafaela. Perdón, dos señores policías y una señorita. Averiguación de antecedentes. Y eso que me afeité la tarde anterior que si no no sé. Amablemente nos preguntaron quienes éramos, de dónde veníamos y que hacíamos en Rafaela, amablemente respondimos con la más absoluta verdad. Amablemente entonces nos pidieron que entrásemos al móvil para llevarnos a la Comisaría 1º para constatar que nosotros éramos quienes decía ser, cosa que si se piensa bien no mucha gente puede dar fe de ello. Y así partimos hacia la comisaría 1º con nuestros nuevos amigos, entre otras cosas porque ninguno de los dos tenía nada que ocultar y nunca nos pararon y nos llevaron a una comisaría para averiguación de antecedentes .
La señorita oficial con una seca amabilidad nos preguntaba los datos, los otros dos nos chamuyaban y llegado el caso nos gastaban. Cléber y yo hervíamos de la bronca. El viaje fue corto. Todo tranqui, los bolsos en el baúl y yo en la parte trasera del auto debajo de un bolso que debe de haber sido de uno de ellos tres, mi otro bolso azul y un chaleco antibalas que andaba perdido por ahí. Una vez que me saqué todo entramos a la seccional. Antes de dejarnos el policía que nos detuvo primeramente no hizo firmar un acta mientras el explicaba en correcto castellano en que consistía dicho papel. Me hice medio el gil y demoré un poquito, llegué a leer que no me podía demorar más de seis horas en la comisaría por lo que nos estaban demorando. Calculé que llegado el caso igual llegaríamos a horario para el tren. Firmé. El Cléber también. Se despidieron y nos dejaron en manos de los de mesa de entrada. Supongo que habrán salido a buscar otras caras y otras mochilas.
Dentro de la seccional nos volvieron a preguntar lo mismo y a hacernos las mismas cargadas. Después entendí que la chica que hizo el acta tenía una letra horrible y a decir verdad estos eran mucho más sociables que los otros. Después tuvimos que firmar el libro de visitas, le dieron los papeles a lo que supongo sería su superior. Nos quedamos un rato, como para cumplir hasta las 11. la oficial de mesa de entrada me preguntó donde íbamos y que para la vuelta, cuando pasásemos por Rafaela, les mostrase las fotos. Le dije que no tenía intenciones de pasar por Rafaela de nuevo pero le di mi Facebook y la dire del blog para que vea los paisajes y lea las crónicas, no sé si visitó el blog pero por lo menos lo anotó. Lo bueno de todo esto es que nos dejaron a dos cuadras de la estación de trenes así que cuando salimos de la seccional encaramos para ahí.
Se puede decir que ahí comenzó el periplo. En la estación nos confirmaron que nunca se sabe bien si hay lugar en el tren ya que si bien para en Rafaela no hay oficina de venta de pasajes de Ferrocentral, por lo tanto hay que esperar hasta las 21 horas si n viene con retraso y pelearse por los lugares. No hay tu tía. Recién eran las 11 pasadas y por lo que sabíamos el tete llegaba a las tres de la tarde en colectivo. Eso era mucho tiempo al cuete. Cerca del mediodía pasó el primer tren, el carguero del NCA. Extrañaba ese estruendo. Los durmientes saltaban como si estuvieran de fiesta y la formación parecía no terminar más. El maquinista no aflojó nunca y tiró al pasar un papel que un tipo que habrá cumplido funciones de encargado o que se yo recogió como pudo en el borde del andén. Cuando terminó de pasar la estela del estruendo todavía seguía resonando en el andén. Recién ahí me di cuenta de que el reloj de la estación no andaba. Estaba clavado a las 11. Da igual, total no lo necesitan.
Nos quedamos un rato y después empezamos a caminar, a acelerar el tiempo si se quiere, por lo menos la intención. Paramos en la plaza Sarmiento, a unas cuadras de nuestra estación pero enfrente de otra estación, la del Belgrano, en el banco con más sombra. He podido comprobar que la inactividad y estar al pedo genera pensamientos vandálicos y delinquivos porque de tan al pedo que estábamos pensamos en cagar a palos a unos pibes que esperaban el bondi y en robarle la gaseosa a un pobre viejo que estaba sentado en un banco cercano. Ni lo uno ni lo otro ocurrió porque los vagos se fueron en el bondi y seguro nos hubieran molido a palos y no somos porquerías como para robarle a un viejo por más al cuete que estemos.
En Boulevard Santa Fe encontramos la primer estación de servicio con comedor porque nuestra posta, la Sol, estaba clausurada por limpieza. Nos habían dicho de un ACA cerca pero encontramos una Shell antes donde comí el peor sándwich de mi vida, cuatro sándwiches de miga envasados con gusto a vinagre. O a mostaza. O a mostaza, mayonesa y vinagre todo junto. Horribles. Trece pesos. Me vieron la cara. De siesta Rafaela es igual a San Cristóbal.
Para la tres estábamos en la plaza de la mañana y lo encontramos al Tete. Lo pusimos al tanto de la situación y decidimos volver donde los trenes. Creo que le hicimos surcos a la Avenida Mitre. A las cuatro de la tarde nos instalamos en el andén. El sol nos fritó el cerebro. Parecíamos quinceañeras sacándonos fotos. Los empleados del NCA nos miraban de reojo desde sus oficinas con aire acondicionado. La tarde se pasó entre pelotudeces, experimentos fotográficos y Valeria, una entrerriana veterinaria que iba a Tucumán a visitar al novio y de la cual los tres nos enamoramos perdidamente. Divina la piba. Para las 20 ya había unas 20 personas en el andén además de nosotros, Valeria y un matrimonio con seis hijos que iba a La Banda. Entre todos hablábamos de la porquería de que no haya una oficina en Rafaela del concesionario del tren de pasajeros. La gente caía con mates. Otros a despedir.
Me he dado a la tarea de escribir este diario de viaje. He comprobado que no será fácil, la gente cree que o bien uno está loco y hay que explicarle el porque de esa escritura cortante, que deja de lado a los demás y a los que viajan con vos para que no se embolen cuando te colgás y no le prestás atención. Dividir los tiempos es difícil. Evitar las miradas de los desconocidos también. Las 8.30 y todavía esto no termina. El tren tiene demora de una hora al menos. La gente se sigue amontonando en el andén. Ahora llegan familias. Esto pone nervioso a cualquiera. Ahora es un buen momento para elevar una plegaria. Los fluorescentes ya se han prendido menos el que está arriba mío y flashea sin parar. Si sigue así me va a quemar los ojos.
En el tren
Todavía es lunes. Subimos pasadas las 22. justo. Tete, Cléber, Valeria y yo. Subimos en clase nac&pop. 33 mangos hasta Tucumán. Ya pasaron los nervios. Un vagón dominado por mochileros, los nuevos hippies urbanos de las grandes ciudades. Pero no son los únicos. También hay familias que seguro van a ver parientes y estamos nosotros, los como nosotros, mestizos entre todos, los que se entremezclan. El vaivén del tren dificulta la escritura. Cerca de Arrufó me dicen. Me enamoré al menos de tres cuartas partes de las hippies modernas que desfilan por los vagones. Es más fuerte que yo, man, aunque la mayoría no sea más que una pose afectada tratando de decir algo vago. Me caso. Aunque ellas no lo quieran. Sólo por la metáfora lo hago. Y de Valeria (suerte la de tu novio chiquita que te ve dormir todos los días). Los gritos de los chicos empiezan a dominar el lugar. No son muchos pero se hacen sentir. Algún que otro celular rebosa de cumbia, un grupo de estos hippies juega al juego de la oca. Todo normal diría yo.