Por Ricardo Gutman. Fotos: Archivo Osvaldo Giussani. Gentileza: Enrique Giussani
Ya sé, ya sé, ya sé, ésta nota debiese haberse escrito y publicado el lunes, como para atenerse a cierto rigor profesional ya que la fecha lo amerita. A lo sumo el domingo, anticipándose a la cosa. Pero llegado el caso no importa si lo que se quiere contar o comentar prescinde de lo temporal, por así decirlo. San Cristóbal cumplió el pasado lunes su 51º aniversario de declaratoria de ciudad, una fecha que generalmente pasa desapercibida sino fuera porque de enseñarse se enseña en la escuela y si a eso le sumamos que los docentes están de paro podemos afirmar que el aniversario de mayoría de edad de nuestra ciudad gozó de poca popularidad. De hecho estamos a las puertas de nuestro 120º aniversario de la fundación de la ciudad (en octubre) y hasta el momento no me he enterado de ningún tipo de festejos. Quizás no haya nada que festejar. La verdad, no sé.
Pero atengámonos al rigor y supongamos que éste artículo se publicó el lunes 1 de marzo de 2010. Lo primero que se me ocurrió fue comenzar diciendo una frase usada hasta el hastío, ya parte de la cursilería. Se me había ocurrido comenzar escribiendo “un día como hoy pero hace 51 años…” cuando me detuve incluso mucho antes de rozar el teclado. ¿Cómo podría afirmar semejante cosa? Sería cuanto menos poco serio, no puedo jamás afirmar que exactamente un día como ese, si hubiese caído lunes digamos, sería exactamente igual al lunes 1 de marzo de 2010. Toda una aberración, como si pudiese volver en el tiempo. Una estupidez absoluta.
Vayamos al caso. No tengo un almanaque a mano pero lo más probable es que no haya sido lunes, desde el inicio la cosa no estaría en sus cabales. Y si afirmo un día como hoy ya es ser demasiado específico, es creer que hace 51 años San Cristóbal era igual a hoy. Grueso error. Pensemos en lo mínimo: ¿hacía el calor del lunes 1 de marzo de 2010 el 1 de marzo de 1959? No me atrevo a afirmarlo. Seguro que la ciudad no era la misma. Calles de tierra, más árboles que ahora, un poco menos de gente, bulevares, otros apellidos, menos autos, menos casas, más baldíos, más barriletes, cines y el ferrocarril funcionando. Eso sólo por nombrar lo primero que viene a la cabeza. Pero es innegable que hay muchas cosas más que nos diferencian de esa ciudad declarada hace 51 años.
Quizás el dato sirva más para la anécdota que como hecho histórico si se quiere, pero el primer Intendente de San Cristóbal y el primer Presidente del Concejo Municipal pertenecían al Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Hoy el MID es un lindo recuerdo que sobrevive en algunos aislados comités del país y que seguramente le servirá a más de uno para darse chapa pero conviene traerlo aquí para graficar, al menos en la intención, lo que quería el sancristobalense de ese entonces.
Por esa época mis abuelos ya estaban instalados en San Cristóbal. Si bien llegaron al por entonces pueblo por vías diferentes (literalmente y en todos los sentidos) ambos venían en busca de trabajo. En Santa Fe el ferrocarril francés no disponía de lugares y Gutman tomaba algún reemplazo cada vez más esporádicamente. Mi bisabuelo Ferrer llegó mucho antes, salió de Sauce Viejo y se vino para acá, mi abuelo Antonio peregrinó por Santiago del Estero y Tucumán arriba de una locomotora haciendo viáticos para poder casarse después de enamorarse de la Elba. Ambos decidieron quedarse en San Cristóbal porque acá se podía vivir. Aquí hay una diferencia sustancial: la ciudad tenía, por ese entonces, proyección a futuro.
Se decía por todos lados. A diferencia de la actualidad, en la que nos hemos transformado en un centro de expulsión demográfica, San Cristóbal atraía gente. Gente joven. Porque había posibilidades.
Había trabajo. Quizás sea esa la diferencia fundamental, porque eso determina lo demás. Si el trabajo es una forma de organización social eso también define las expectativas de una sociedad, que es lo que quiere de sí misma, su identidad, sus sueños y su proyección. En ese entonces eso no se discutía: éramos una ciudad ferroviaria. ¿Qué discusión podía haber si era tan lógico lo que se era? Todo se organizaba en base a eso. Basta revisar el archivo de don Osvaldo Giussani sobre el ferrocarril en la ciudad para darse cuenta. No me quiero imaginar todo lo que no se publicó. Quizás lo que era una fortaleza se volvió una debilidad. Quizás nos acostumbramos. Y ya no estamos tan seguros de lo que somos. Y lo que éramos ya no cuenta. Hay que reconocerlo. Sin olvidarlo.
Imagino los desafíos de una comunidad declarada ciudad en la provincia de Santa Fe allá por 1959, con un nombre en la provincia y en el país ampliamente referenciado, decididamente pujante, con un movimiento creciente, orgullosa de sí, cabecera departamental. Todo un futuro. Pero de la misma manera en que yo no puedo ver para atrás en el tiempo y afirmar que un día como hoy… etc, etc en ese entonces nadie podía prever lo que vino después. De hecho ¿quién se lo hubiera imaginado?
El mundo cambió y no nos dimos cuenta. O recién nos estamos levantando de la siesta. El mundo cambió y nos agarró mal parados, nos pegó en los tobillos y todavía no sabemos qué hacer para recuperarnos de la lesión. Y se nota. Porque todavía no nos acomodamos, todavía no reaccionamos. El mundo previsible en el que se criaron nuestros padres y abuelos no es el mismo que el que vivimos. Ese mundo donde acá no trabaja el que no quiere no existe. La tensión se nota. Por eso es posible que mucha gente crea, sobre todo para los que pisamos los treinta, que esa ciudad forma parte de algún relato mítico, porque ese lugar del que nos hablan no es el que conocimos. Ni el que conocemos. Somos la generación que se crió en los 90´, arrasada por el innombrable, época de la que sólo saco como positivo al grunge de Seatlle, Nirvana, los amigos que conservo hasta el día de hoy y la colección de literatura del Página 12 que hoy puebla gran parte de mi biblioteca.
Somos la generación que ha tenido que soportar la ignomiosa tarea de explicar a cualquier persona de dónde somos. No hablo de la zona. Hablo de algunos kilómetros más. Digamos de la mitad de la provincia para abajo. Y ni que hablar de provincias aledañas. Odio tener que hacerlo. Odio tener que explicar donde vivo, cómo llegar, tratar de buscar algún tipo de referencia para que el otro entienda más a o menos, a grandes rasgos, de donde soy.
Creo que unos 50 años atrás eso no pasaba. Odio que no sepan dónde está mi ciudad. Pero lo hago igual, aunque la sensación sea horrible. Es saber, tomar conciencia de que nadie conoce nada de vos, ni siquiera tu lugar. Todavía recuerdo el día en que el entonces candidato y hoy gobernador de la provincia en su primera conferencia de prensa en la ciudad en plena campaña declaró que estaba muy contento de estar en San Francisco. Pavada de furcio.
Es triste. Lo digo como sancristobalense, gentilicio que más de una vez tuve que explicar y siempre tengo que corregir en el procesador de texto. No nos conocen. Nos dejamos olvidar.
No trato de hacer una evaluación sino de compartir inquisiciones propias, simplemente las preguntas van surgiendo a medida que el texto avanza, preguntas que yo sólo no puedo responder. ¿Qué somos hoy? ¿Sómos lo que pensaron de nosotros cincuenta años atrás? ¿Qué tenemos hoy que no teníamos antes? ¿Alcanza? ¿Cómo estamos? ¿Qué necesitamos? ¿Cómo lograrlo? Sé que hay otros que arrastran cruces iguales o peores que la nuestra. ¿Cuál es el destino de San Cristóbal? ¿Alguien lo sabe? O lo peor: ¿San Cristóbal tiene destino? ¿A dónde vamos?
Difícil responder cuando no se sabe. Difícil hacerlo cuando parece no haber discusión al respecto. Nadie discute la ciudad que queremos. Yo a veces sueño, aún a riesgo de parecer ingenuo. Pero no creo que a alguien le importe, parece que cada uno está en la suya y así no vamos a ningún lado. Hace unos días publiqué una nota en Sancris que hasta el momento no deja de impresionarme: mil sancristobalenses son beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo. No voy a discutir la Asignación, de hecho no pienso poner eso en discusión pero el número todavía me sigue sobresaltando. Solamente beneficiarios, sin incluir al grupo familiar. Semejante cifra bastaría para empezar a poner las cosas en acción. Pero todo sigue demasiado tranquilo. Acá todo es demasiado tranquilo.
Si usted leyó este escrito hasta aquí pueden pasar dos cosas: que esté de acuerdo o en desacuerdo. Quizás suene pesimista. Puede ser. Pero yo amo así y eso no lo negocio. Quizás la percepción de este cronista esté equivocada, levemente alterada o sea totalmente errónea. Es muy posible. Lo cierto es que no puedo decir que un día como hoy pero hace 51 años atrás sea una afirmación correcta.