Ricardo Gutman
Para hablar de esto habría que ser, lisa y llanamente, hombre de mundo. Saber, conocer, recordar, explicar, aprender, poder comparar con autoridad. No desde el simple cuestionamiento de la inefable Doña Rosa, tan volátil y superflua como su mismo inventor. Sino hablar desde las necesidades, desde las faltas, desde lo que no tengo y lo que me gustaría tener.
A veces sueño San Cristóbal como un lugar grande, desarrollado, con vida, sustentable, con muchos y frondosos árboles en sus plazas y veredas, con edificios de altos pisos y balcones, una ciudad con mucha luz, empuje, empresas, comercios, museos, cines, teatros, artistas callejeros y mucha gente en las calles.
No hay cables, el cielo no se ve cruzado por esa maraña de hilos gruesos que nunca se saben muy bien para que son o que hacen y que lo único que genera es un entredicho burocrático para saber de quién es, a quién corresponde, quién se hará cargo si se corta. No hay cables porque se ha decidido entubar la red eléctrica, una mejora realmente notable en una ciudad que no corre peligro de inundación, y porque una empresa ha decidido invertir en satélites para las líneas telefónicas.
Cuando sueño San Cristóbal veo al ferrocarril funcionando como un verdadero elemento de integración social y económica, trasladando la producción local hacia los puertos y los viajeros viajar y conocer el país sin mucho gasto. Sobre todo sueño con viajar en un camarote particular, esos con sillones y ventanas que son como pequeños departamentos y ver pasar el paisaje tranquilo, sin apuros, mateando o fumando, sólo o acompañado, no importa, pero viajar en tren. Porque soy de San Cristóbal y nunca viajé en tren.
Pero cuando sueño el ferrocarril no lo veo en el lugar donde está, lo veo más allá, mucho más allá de su lugar de siempre, dividiendo a la ciudad, sino emplazado en el oeste de la ciudad porque a alguien se le ocurrió trasladarlo para integrar esa franja de San Cristóbal y permitir un desarrollo urbano más armónico e integrador.
En el lugar donde ahora está el ferrocarril no están las vías (porque ahora las vías están del otro lado) sino un parque inmenso que recorre la ciudad de punta a punta, con árboles y senderos para caminar y muchos bancos para sentarse a hablar o a no hacer nada si uno tiene ganas y un anfiteatro al aire libre donde todos los fines de semana hay algo y fuentes de agua y juegos para los pibes y si me dejan seguir sueño hasta un lago artificial frente a mi casa.
Caminar por San Cristóbal es un verdadero placer porque sus veredas están pobladas de árboles gigantes que no se tienen que podar porque los cables obligan y la siesta es algo más que el sol calcinando el asfalto y los boulevares le hacen honor a su nombre; los pibes juegan en la vereda sin molestar a los vecinos y los padres duermen tranquilos porque se sienten seguros.
En mi ciudad hay un par de clubes inmensos con campings que están llenos de familias los fines de semana. Incluso hay equipos que compiten profesionalmente en las primeras ligas del país y la gente asiste a los estadios para ver a los equipos de la ciudad y es socia de las entidades y deposita la plata en sus mutuales porque ya no se roban la plata y nadie tiene miedo de perder los ahorros.
Algo realmente digno de orgullo es el desarrollo industrial que ha logrado el lugar luego de años de anemia económica. Gran parte de ese desarrollo se debe a la implementación efectiva de un Parque Industrial que ha permitido repatriar a una inmensa cantidad de jóvenes expulsados en los últimos años hacia otras localidades en busca de una mejor perspectiva.
Y gran causa de esto proviene de los debates que se dieron entre las instituciones locales que vieron la necesidad de implementar una identidad industrial definida con objetivos claros y concretos.
Mi ciudad creció pero no perdió algo que la caracterizó: aquí, en San Cristóbal, lo público siempre es mejor que lo privado y por eso las escuelas públicas funcionan mejor que las privadas y nadie le da vergüenza hacerse atender en el hospital porque es un hospital modelo que fue creciendo no sólo con el aporte de la provincia sino también de la gente que fue entendiendo que lo público es de todos y nos beneficia a todos y entre todos lo equipamos como se debe.
Y en vez de competir con el hospital público los privados entendieron que deben apostar a las especializaciones y por eso hay clínicas de las más diversas afecciones y no hay que viajar a otro lado porque acá hay una terapia intensiva y ya nadie se muere en el camino.
Como no podía faltar, en el San Cristóbal que sueño (sobre todo de siesta, a esa hora en que la ciudad parece no moverse) abro la canilla y el agua que tomo es potable. Prendo la hornalla de la cocina y el gas sale más barato y ya no tengo que realizar la horrible tarea de cambiar la garrafa, de cerrar bien la entrada de gas, de embardunar el tubo con detergente para ver si hay alguna pérdida ni de tener cuidado con el alambrecito de cobre que se puede quebrar en cualquier momento. Y cuando saco la basura en los días en que me dijeron sé que tengo que hacerlo porque el reciclado de basura en mi ciudad genera mano de obra y se abastece el alumbrado público con el gas que generan los residuos orgánicos.
Sobre todo lo que me enorgullece de mi ciudad es que la gente tiene ganas de hacer, de movilizar, de crecer, entre otras cosas porque las inquietudes se escuchan y nadie se enoja por una crítica constructiva.
A grandes rasgos este es el San Cristóbal que sueño siempre a la siesta. Pero no sé porqué lo sueño ni porque lo escribo si solamente lo sueño y sobre todo no soy eso que llaman un hombre de mundo.