13 may 2009

Tom Cruise



Por Ricardo Gutman
I

Es excesivamente seductor no pensarlo. Pareciera ser que siempre hay un hijo de puta suelto dispuesto a joderte la vida por varias razones pero la mayoría de las veces es dinero; sólo que este malnacido no es un sicópata común, por así decirlo, un agente del servicio secreto de un país dispuesto a destruir a la humanidad porque ha sido traicionado, un terrorista bien vestido o un loquito suelto cómo nos ha enseñado Hollywood. Es quizás un poco más complicado.
La noticia da cuenta de ello. Es realmente espeluznante. Roche y GlaxoSmithKline han decidido retirar de las farmacias los medicamentos que cuentan con las drogas oseltamivir y zanamivir, relativamente probadas contra la gripe porcina, para “evitar la automedicación” y ya están negociando con los gobiernos del mundo para vender estas drogas que sólo se pueden recetar bajo estricta vigilancia médica.
En el caso de Argentina las tratativas ya han comenzado y México ha anunciado la compra de un millón de dosis. Nadie sabe por cuanto.
La industria farmacológica viene de tres meses muy duros, recesivos, con recortes en las ganancias para los accionistas. Esta nueva peste oficiaría de salvavidas de estas empresas que están entre las primeras de su rubro a nivel mundial. Que suerte.
Puede parecer azaroso pero las acciones de Glaxo subieron un 2,25% el martes 28 y superaron los 31 dólares tras haber tocado un piso de u$s 27 el pasado mes de marzo. Roche no registró movimientos significativos pero lleva acumulada una ganancia del 14 por ciento la semana pasada y todo esto por la especulación de que los antivirales se usen de manera masiva antes de que se elabore una vacuna que pueda combatirlo. 
II

Imagino la situación. En alguna oficina de Berna o Londres alguien descorcha champaña. No está solo, en estas cosas nunca se está solo. Los televisores anuncian todos al mismo tiempo la misma noticia. Paulatinamente la oficina se va llenado de amigos, socios, cómplices, que se saludan, se felicitan. Las camareras, nerviosas, sirven la champaña a medida que llegan y los puros van enrareciendo el ambiente poblado de trajes y corbatas. Están exultantes, se creen genios, dueños del mundo o pelotudeces por el estilo.
Festejan porque los yanquis han dado la noticia y la pandemia avanza. Un muerto es dinero y muchos muertos es mucho más dinero.  A quien le importa.
Festejan. Especulan. Es lo que saben hacer. Para eso les pagan. Quizás más tarde se reúnan en algún restorante étnico, paguen con sus tarjetas de crédito gold y se vayan a dormir sin pensar en que el tipo que vieron servirle la comida puede estar muerto una semana después por su culpa. “Es nuestro trabajo” dirán tratando de excusarse. Son profesionales.
III

He aprendido algo: cuando uno cree que no se puede estar peor algo pasa que empeora las cosas. Cansado de que me empeoren las cosas decidí no decir la fatídica frase “lo único que falta es que…” porque aprendí que siempre algo llena los puntos suspensivos. Creo que me fue bastante bien. Pero siempre algo falla.
Algo huele mal en Dinamarca. Algo huele mal en Dinamarca, México, EE.UU, Alemania, España, Austria, Suiza, Honduras, Inglaterra, Argentina, Israel, Costa Rica, Nueva Zelanda y Perú. Hasta el momento. Y quien sabe cuanto más puede avanzar.
Es que se huele en el aire y el olor es nauseabundo. He dejado de lado el pensamiento especulativo porque nunca quise convertirme en un paranoico, en un perseguido, en un tipo que ve conspiraciones en cualquier lado; he tratado de entender, a mi modo, la multicausalidad de las cosas. Parece mentira pero porqué no pensarlo. Demasiada casualidad. Demasiada para mi gusto. Pero la tentación es muy grande. Demasiado grande.
Algo anda mal. Muy mal. Digámoslo sin eufemismos: el mundo se está yendo al carajo. Y desde hace rato. A esta altura de las circunstancias ser pesimista se ha convertido en algo inevitable. No quiero ser pesimista pero no puedo dejar de serlo y no quiero pensar lo que pienso pero no puedo evitarlo.
Es que llegado el caso no se puede vivir así, pendiente de todo lo que no se puede controlar, de lo que pasa en otro lado y no se sabe. Pero hay que estar muy loco para pensarlo. Hay que ser jodido, jodidamente jodido, una verdadera basura nuclear para siquiera pensar esto. Pero es imposible no pensarlo culpa de Tom Cruise, Quimera, Tomb Raider, Soy Leyenda, 28 días, los zombies, 12 Monos (esa es buena), los conquistadores españoles, la peste bubónica. Ciencia ficción las pelotas.
IV

Es oficial: ya no se puede respirar sin que te vigilen. La paranoia se apodera de la gente y los aeropuertos se llenan de máquinas que controlan la temperatura del cuerpo. El control del cuerpo, del que viene de afuera, dice que se debe aislar. Y los preceptos médicos no mienten, lo que pasa es que a nadie le importan hasta que de verdad importan. O hasta que Estados Unidos lo diga. No quisiera ser mexicano.
Asistimos asustados al inicio de la era de la esterilización. Quizás todavía no lo percibamos pero poco a poco los escáneres poblarán los lugares más recónditos del espacio público. Lo aceptaremos para evitar los riesgos de un contagio, lo aceptaremos como un mal menor. Todo deberá estar limpio y desinfectado, hasta los tubos de teléfono.
Nos irán inoculando poco a poco con medidas extremas y una vez dentro del sistema,  como quien no quiere la cosa, las iremos asimilando. Es fácil: un shock, una medida extrema, otro shock y otra medida extrema y así sucesivamente. A medida que se sucedan la primera parecerá una nimiedad y naturalizaremos porteros eléctricos con escáneres térmicos, igual que en los aeropuertos, para ver quién entra a nuestro hogar. Habrá que elegir bien con quien nos juntamos. Un sinsentido asimilado. La vida en cuarentena.
Dicen que el hombre es un animal de costumbre y cómo los tiempos cambian así también cambiaremos. Habrá que olvidarse de ciertas cosas como jugar, saludar, besar, comer con los amigos. Los barbijos no serán posesión exclusiva de los médicos. Los pobres morirán como insectos. La selección natural se expondrá sin mayores tapujos cómo la justificación de lo que ocurre. Ojalá sea un mal sueño. O una mala película. No importa el director. Veremos quien escribe el guión.