22 oct 2010

Los muertos tienen siempre las mismas caras


Ricardo Gutman

No sé si te diste cuenta pero todos los muertos siempre tienen las mismas caras. Quizás es parte un delirio místico propiamente mío, de mi formación religiosa pero desde hace ya unos dos mil años todos parecen tener las mismas caras, las mismas facciones, algo en común que hace que no puedas dejar de mirarlos.
Ya sé que son diferentes pero más allá de sus diferencias comparten algo y cuando mueren algo se desata en el común de nosotros, de la gente, entre los que quedamos vivos, como que nos duele la vida y lo primero que nos sale es putear. Mueren los mejores, dicen por ahí, y es muy probable que así sea. Pensalo, que se yo, no sé, quizás estoy exagerando a tu entender. Para mí no es un delirio, hay algo atrás, no me preguntes qué, como una constante más que fáctica y comprobable, algo muy denso e invisible que lo dice y te lo enrostra. Los muertos siempre tienen las mismas caras.

Yo no sé por qué, no me lo preguntes ni me pidas que te lo explique, pero me da la impresión de que las balas obedecen a una irrefutable lógica que atraviesa los tiempos, años, los siglos, los milenios buscando a estos muertos, como si la bala ya estuviese fijada de antemano, incluso su trayectoria y su lugar porque siempre entran por detrás. Es como si las balas tuviesen algún tipo de inteligencia, de mandato, de orden, como los cuchillos esos de Borges dormidos en una estantería y que vuelven a quienes los usan instrumentos de su destino. Pasa el tiempo y las balas siempre buscan a los mismos.
Es que el mundo está llenos de balas, de traidores, de fariseos y mercaderes que pululan en los templos, en las calles, en los palacios. Es hasta triste hacer el ejercicio de calcularlo con la fría matemática: si una persona tiene seis balas en síntesis tiene la posibilidad de matar a seis personas porque una bala es una bala y no sirve para otra cosa que no sea para matar. Y antes están los que entregan a los muertos, los que negocian con los muertos y los que se llenan la boca con los muertos, necrófilos solapados e hipócritas que calculan grado a grado la ganancia que sacarán del rigor mortis.
Si los muertos tienen las mismas caras entonces es posible decir que su muerte no es azarosa, que hay muchas cosas a pesar de los tiempos y sus diferencias, incluso de sus mismos antagonismos, que los unen. La pista la da la bala. No eran personas menores, gente del montón, fueron tipos importantes dentro de su entorno, cuadros políticos, organizadores, personas analíticas, personas que trabajaban por y para los demás.
El asesinato de Mariano Ferreyra se su suma a las muertes de Maximiliano Kosteki, Darío Santillán, Teresa Rodríguez, Carlos Fuentealba y Pocho Lepratti, todos ellos militantes del campo popular asesinados en distintas manifestaciones populares. Y no es casual que hayan sido ellos. Estas balas no matan a aquellos que no salen a protestar, esas balas son mensajes a todo aquel que ose mostrar las deficiencias del modelo, sea el que sea.
Como siempre pasa en estos casos, los buitres, mercaderes y fariseos se abalanzan sobre el cadáver y todo buscan réditos de la muerte, incluso aquellos que los demonizan en sus pantallas y aquellos que nunca saldrían a una marcha o a un piquete para apoyar el reclamo. Todos se pasan la bola, propios y extraños.
La manipulación del asesinato de Mariano Ferreyra llegó por momentos a dar asco. Lo peor no es de los oportunistas de siempre ni de los mercaderes de la muerte, sino hasta de los propios. Que todavía no haya detenidos por el asesinato de Mariano ya no es solamente responsabilidad de la fiscal sino también de aquellos que prefieren hablar por televisión que frente a la justicia condicionando sus declaraciones. Que el Estado no garantice la seguridad de aquellos que pueden identificar al asesino de Mariano también es lamentable porque no es ningún delirio que aquellos posibles testigos corran peligro real por sus vidas. Las patotas sindicales existieron desde siempre y los manejos espurios de los negociados gremialistas de la Unión Ferroviaria no son noticia de Último Momento. La necesidad imperiosa de libertad sindical es un reclamo que no puede seguir siendo desoído.
Dentro de todo este lío la clase política no deja de pasar vergüenza mostrándose impolutos y afectados mientras tratan de usufructuar un costo político pasándose el fardo de un lado al otro. Los periodistas muestran la hilacha en desesperadas operaciones de prensa prendiéndose en ese juego macabro. Es verdad, existe un autor material e intelectual que debe ser sentenciado pero en vez de  salir a repudiar lo primero que hicieron algunos fue salir a despegarse. El muerto que querían ahí lo tienen y tiene la cara de todos los otros muertos. Y nadie cree que esto tenga una solución.

II
No conocí a ninguno personalmente pero un militante siempre merece mi respeto esté en el lugar que esté. Sé que la mayoría de las veces las construcciones del campo popular se enfrentan con conflictos de interpretación de la realidad entre ellas que son posibles de ser saldados mediante el consenso y la discusión política bien entendida. Más allá de esas interpretaciones se que ambos compartimos algo y es el bienestar de la mayoría, de la clase trabajadora, de aquellos a los que le sobran dolores y les faltan libertades. Alguien que tiene la capacidad de defender una idea con algo más que palabras, de soñar con algo más grande que la mera cotidianeidad y continuidad de su vida merece mi más profundo respeto, sobre todo por lo que me puede enseñar.
Los otros, aquellos a lo que lo popular les provoca escozor de solo escucharlo y siempre solapan sus opiniones con argumentos políticamente correctos son los que me enervan porque en realidad ni siquiera son capaces de reconocer el lugar donde están, saben que lo que piensan es paralizante y por eso no pueden expresarlo. No puedo dejar de señalar que aquellos que lo piensan no son los que hacen sino los que votan a aquellos que dicen lo que quieren escuchar pero que en definitiva terminan perjudicándolos a la hora de tomar decisiones.
Es más una resistencia de clase que una diferencia de clase lo que se plasma porque es más cómodo sentirse dentro del statu quo que fuera de él y da mejor estar del lado del que te ahorca del que te dice que está sufriendo lo mismo que vos, total después están los políticos a los que se les puede echar la culpa.
No son mártires y no creo que ellos hayan querido serlo. Hoy se sabe bien que es mejor ofrendar la vida de una persona que su muerte aunque su muerte deje una huella difícil de olvidar. En tiempos como los que vivimos una persona viva es más útil que una persona muerta, esos que luchan por el otro y para el otro son los que valen, los demás son lastre. Me preocupa el hecho de que haya gente que no piense que mataron a uno de los suyos, que ese pibe muerto por una patota sindical pase a engrosar la lista de luchadores sociales asesinados por reclamar. Porque si te fijás bien esos muertos siempre tienen la misma cara, desde hace mucho tiempo.