Ricardo Gutman
Me vendría bien una luz. Arriba. La gente habla del tiempo. El Chiche dejó su bicicleta en el poste de luz, como siempre, y me saluda mientras me jode porque le gané el lugar, al lado de la ventana. “Te apèrsonaste el escritorio” me dice después de saludarme. Me rio porque no se me ocurre otra cosa mejor. Rarao que el Chiche venga a esta hora, ya es tarde, usualmente viene más temprano. Quizás habrá estado en el Central, mirando los partidos. Quizás jugó River. Y Darío que no pone un televisor. Pintó todo, quedó espectacular, pero no puso un televisor. En el fondo los vagos juegan al pool. El Gino bardea a todo el mundo, como de costumbre. Darío se frota las manos atrás de la cafetera rota que en cualquier momento manda a arreglar. Ya encontró el punto de la noche. Ahora el Gino empieza a agitar por guita al pool. El foco de la calle se apaga por un momento y vuelve con su luz amarilla. Mi mano entorpece la luz y la sombra se proyecta en el papel. La gente sigue entrando y saliendo del lugar. El Puchi me pregunta que voy a hacer. Todavía es sábado. Yo le contesto que nada mientras escribo esto. El Puchi se queda parado, esperando una mejor respuesta, una mejor argumentación, mientras me mira escribir. Le explico que no tengo un mango, el me dice que está igual. Yo pienso en la imposibilidad de dejar de decir lo mismo de siempre. Estoy harto de no tener guita y encima repetirle a todo el mundo que no tengo guita. Para peor, el Gino ganó y lo busca al Oscar. El Oscar va a la mesa sin decir nada, acomoda las bolas tranquilo. Ya el sábado pasó a domingo. El Oscar gana. El Gino empieza a putear y le echa la culpa a la mesa. Empezó el show. Desde atrás el tipo me putea con más ganas que antes porque desde el otro lado del bar me río de los insultos y las excusas. Darío le dice que ya va a cambiar la mesa, que espere tranquilo. El problema del pibe es que no cree que pueda perder. Porfiado pide la revancha y el Oscar se la da mientras tira bandas con la blanca sacándose la bronca, echándole la culpa a la mesa, a las bandas, a la caída, al Darío, al Oscar, a lo que se cruce primero.
Me vendría bien una luz, bien arriba, amarilla, no importa, pero que no me haga sombra mientras escribo, fantasma negro que persigue la tinta. El Negro me manda un mensaje diciendo que no va a venir, que comió mucho y chupó mucho al mediodía y le cayó para atrás. Lo perdono y le deseo Felíz Día. Ya es el día de padre, otro día que ya no festejo. El Gino le gana al Oscar y todo el bar se entera. Le gana pero deja el taco y se va atrás de la barra. El Oscar se puso a jugar con el Chiche, que ya empezó a cebollear sin tocar el taco. La misma costumbre de siempre. El negro me contesta el mensaje y me pregunta que voy a hacer esta noche. Le contesto que nada. El Darío me dice que sale un rato y que ya vuelve y me deja la billetera. Eso quiere decir que estoy de “encargado” palabra absolutamente referencia porque acá todos se sirven por su cuenta y después pagan. Sólo tengo que rogar que no llegue nadie nuevo, nadie desconocido que atender. Estas cosas me ponen nervioso. Yo no nací para atender bares, yo nací para frecuentarlos si se quiere. Siempre me mando una cagada, se me rompe un vaso o algo por el estilo. No sé que habrá pasado. Y ya se hizo costumbre. No sé hasta que hora estaré clavado acá. Mas bien siento que me clavan, que me obligan a quedarme aunque no me quiera ir. Pero no le puedo decir que no a Darío. Quien sabe por qué habrá salido. Afuera la gente pasa y mira, mira y sigue. El teléfono suena y mi vieja me pregunta si voy a comer. Le digo que me guarde algo frío, que cuando llego como, que no importa. Darío volvió. Esta vez fue corto. La máquina de café, la que anda, empezó a calentar. Uno de los vagos prendió la cafetera apenas llegaba Darío. Le digo que me haga otro café. “Ya sale” me dice. Ya sé lo que quiere decir eso. El Tito pasó saludando rápido y se fue para la barra, al lado de Los 4 Fantásticos, que todavía hacen la previa . Esta es la hora que tiene algo de raro: parece que nunca hay gente pero Peko´s es el bar que más trabaja. Miro para atrás y pienso que si quisiese contar cada historia de cada persona no podría, no me alcanzarían las lapiceras y los papeles. Una sola persona ya me frustraría. El Gino pide que Darío le anote una cerveza. “Menos mal que agitás por plata al pool” le grito desde el lugar del que no me moví aunque los muchachos llaman desde el fondo. “Callate guampudo, horrible” me responde el Gino, mientras se viene a la mesa con la cerveza que Darío le acaba de fiar. Se sienta en la otra silla, le pide al Darío que le traiga otro vaso y me sirve cerveza. No me dice nada y me mira escribir. Me dice que me tiene que contar algo que no tiene que saberse. Le digo que cuente con confianza. Lo escucho. “Bien” es mi única respuesta. El Gino no me dice nada por un rato y yo vuelvo a escribir. Me pregunta que voy a hacer esta noche. Le digo que nada, que me voy a quedar acá hasta que me canse. El Gino se va a bañar y augura que nos veremos en un rato. Le acepto la mentira. Apenas el Gino sale por la puerta del bar Los 4 Fantásticos dejan la barra y van para la mesa que está al lado. Yo cierro el cuaderno y me apenco a la mesa porque acaba de empezar otro show. Después dicen que acá no pasa nada.