Ricardo Gutman
@rickygutman
Usualmente la gente cree que ante una muerte se deben tomar las clásicas conductas de condolencias y usualmente la gente se te acerca, te pone la mano en el hombro o te abraza y te dice las mismas palabras de siempre: “te acompaño en el sentimiento”, “que terrible pérdida” o la clásica pregunta “¿Cómo fue?”. Siempre pensé en la inutilidad de estas cosas porque básicamente no producen nada sino que acentúan el sufrimiento y porque simplemente uno no puede ponerse en el lugar del otro. Es inútil que te digan que te acompañan en el sentimiento porque no pueden sentir lo que estás sintiendo y menos en ese momento. Después están los otros que dicen que no es justo, que por qué se tenía que morir justo ahora. La gente se muere, está comprobado científicamente, y nadie la tiene comprada. Puede ser dolorosa, repentina, inesperada, si, no te lo niego, pero nadie la tiene comprada. Así y todo se agradecen esos gestos porque siempre es mejor que nada. Al menos es un poco.
Mis conductas en los velorios son básicamente simples. Cuando me entero, por lo general lo suficientemente tarde, busco a los deudos, los beso, los abrazo fuerte y no mucho más. A veces digo algo como “que cagada” o “es una mierda” pero habitualmente no digo nada. No tengo porque decirlo, prefiero que me vea ahí, al lado de él, en ese momento de mierda, y me pongo a hablar de cualquier cosa. Tengo la tendencia a hablar mucho pero en velorios me doy licencia para tirar algunos chistes, para ponerle onda más que nada. Es una reacción. Como la de reírme solo al recordar Conducta en los velorios de Cortázar. Siempre que voy a los velorios me acuerdo de ese cuento y como si fuese casi un deseo inconsciente mi fuero más íntimo espera alguna vez presenciar fielmente una situación así aunque la realidad nunca llegue ni a pisarle los talones.
Yo no lloré a Néstor Kirchner. No por nada en especial sino que simplemente ya no lloro a los muertos. La muerte de Néstor Kirchner me sorprendió no tan temprano en la mañana del miércoles, unas horas después de la confirmación de su fallecimiento, en la computadora. A medida que repasaba el timeline de Twitter una sensación de incredulidad me fue invadiendo. Tuve que chequearlo en la tele. Después me cuestioné esa conducta, la de chequearlo en la tele, como si eso fuese garantía de algo. No pensé en Néstor, automáticamente pensé en Cristina. No era el único, a esa altura la nota de Rosendo Fraga había recorrido de manera viral la red. Asco profundo, inmenso, oceánico, cuarenta y cinco minutos después de morir los buitres se abalanzaban sobre el cadáver y encima le decían a la presidenta lo que tenía que hacer. Ya ni tacto tienen para operar.
Yo no lloré a Néstor Kirchner pero eso no quiere decir que no haya llorado. No sé por qué, pero siempre tengo esa sensación de por estar donde estoy no estoy donde debería estar. Si yo hubiese estado en Buenos Aires hubiese estado en esa cola al igual que miles de argentinos. Y seguro hubiese estado en la plaza el miércoles por la noche. Pero estoy acá y tuve que ver eso, como tantas otras cosas, desde la televisión, hablando con mi vieja, tratando de analizar, al menos un poco, que pasaría de aquí en más. Se que ella hubiera estado ahí también, conmigo, yo con ella. No es necrofilia ni cholulismo, esos argumentos se los dejo a los otros, a aquellos que no pueden bailar una cumbia ni comerse un chori ni se toman un tetra por miedo a agarrarse un buen pedo porque eso es cosa de negros. Es otra cosa lo que pasó.
Fue ahí, ya para las 20 horas, en que dejé de pensar en Cristina, al menos como venía pensando. Fue ahí, a esas horas, donde empecé a emocionarme de verdad, al ver a la gente reunida en Plaza de Mayo. Ahí se me reveló aquello que Agustín Rossi se había esforzado en demostrar días atrás en el Club Unidad: el kirchnerismo no sólo era un movimiento político sino un constructo cultural, con un relato propio de las cosas, con un sentido. Fue ahí, al ver tanta gente reunida con un sentido, un dolor y un objetivo común, cuando se me piantó el primer lagrimón. Pensé en el dolor de la gente, del militante. Lloré por la gente, no por Néstor.
Para aquellos que amamos la política, para aquellos que consideramos a la política mucho más que un currito, que creemos que es la herramienta de transformación absoluta de la realidad, la figura de Néstor Kirchner sintetiza aquello que uno espera de los dirigentes políticos: pasión, convencimiento, capacidad de gestión, trasgresión, todas cualidades poco comunes en un mundo de políticos timoratos. Más allá de las diferencias y las deficiencias, hasta sus detractores más acérrimos deben admitir que tener un tipo así enfrente plantea desafíos, al menos teóricos, y eleva la actividad política; alguien que te plantea como hacer lo que querés hacer te obliga, te empuja, te presiona a pensar. El tipo te obligaba a discutir, te marcaba la cancha, te dibujaba la agenda. Lo quieras o no. Después vienen las chicanas o el facilismo, esa es una decisión que toma cada uno y cada uno carga con su propia cruz.
No soy un cultor de Néstor Kirchner pero sería de estúpido no reconocer los logros de su gestión. No se puede no decir que transformó al país. Personalmente considero a Cristina Fernández muy superior a Néstor Kirchner, admiro mucho más a Cristina que a Néstor pero no se puede obviar que juntos eran un tándem soñado por cualquier organización. Por eso me preocupé por Cristina, si los chacales ya habían mostrado los dientes a minutos de una muerte ¿qué era posible de esperar para más adelante? Al ver a la gente en la plaza dejé de pensar en Cristina, al menos como pensaba en ella horas antes, dejé de preguntarme ¿y ahora? y me empecé a reír de los buitres, empecinados en afirmar que era hora de cambiar rumbos.
Yo no lloré por Néstor, lloré por la gente que desfilaba y por Cristina ahí, estoica en su dolor real, y me sentí orgulloso y seguro porque entendí que no caíamos en saco roto, lloré porque al verla ahí también me acordé de mi vieja, que tuvo que hacerse cargo de tres pibitos de menos de 6 años cuando mi viejo falleció hace ya casi unos 24 años. Sé por experiencia propia de lo que son capaces de hacer las mujeres y la mayoría de las veces nos pasan por arriba. Cómo somos los argentos, ¿no?, recién ahora entendimos que las cosas no solo tienen un padre sino también una madre. Por eso la pendejada también estaba ahí, en la calle, bancando a Cristina, porque todos sabemos que a la vieja no se la toca.
Los días pasaron, los giles de siempre hablaron y escribieron de manera esperada, los grandes medios sufrieron en carne propia el síndrome de la totipassmanización y después vino la cadena nacional de ayer. Y ahí estaba esa mujer mostrando todo su dolor y agradeciendo a la gente, hablándole a todos aunque a muchos no le importase, diciéndole a todos que estaba dolida pero que seguía al frente. Y yo volví a pensar en eso que pensé el jueves de que por estar en donde estoy nunca estoy donde debería estar y lamenté no haber podido estar ahí para gritarle como tantos otros ¡Fuerza Cristina!