9 ago 2010

Ben Wade



Ricardo Gutman

A simple vista, Ben Wade no es el peor de todos. A primera impresión es Charlie Prince. Sádico, metódico, callado y efectivo, dueño de una puntería envidiable, fiel hasta la médula, Charlie Prince no necesita hacer demasiado para dejarte callado, simplemente mirarte a la cara con sus pequeños ojos claros sucios de tierra de Arizona. Es un soldado excelente. Nunca discute, nunca contradice. La vida para Charlie Prince es simple: obedecer órdenes, llevarlas a cabo. No es inteligente, es más bien astuto. Para Charlie Prince no hay medias tintas, no negocia. Y Ben Wade lo sabe.

Es seguro, de eso no hay dudas. No duda. Un hombre así siempre es peligroso si encima anda armado. Mata casi sin mirar, sus movimientos son tan mecánicos que no necesita enfocar para calibrar el destino de una bala. Es un asesino a sueldo convencido de que no nació para hacer otra cosa que no sea hacer lo que hace: robar y matar. Es lo más parecido a una máquina. Mata con las dos manos de igual manera, primero con la derecha y luego con la izquierda. Después carga las dos pero nunca está sin balas. Le gustan las armas cortas porque son más maleables.
Pareciera no tener ambición. Ser el segundo para muchos es nada más que una situación temporal, producto de un aprendizaje que se supone a la larga dará sus frutos para llegar a ser el número uno.  A medida que el tiempo corre la persona cree estar listo para ser el número uno y pelea por serlo reclamando su lugar. Cuando no llega o cuando no ocurre empiezan los problemas. Es así, a grandes rasgos, como se construye una traición. Hay gente que no entiende que en lo que se hace cada uno tiene su lugar en el mundo y que siempre hay alguien mejor que uno. El mundo está lleno de mejores, algunos duermen la siesta y otros ni se preocupan, tan conscientes de su superioridad. Son aquellos que resuelven las cosas rápido cuando el resto se atasca a mitad del problema.
Charlie Prince no se lo plantea. Ni siquiera se le pasa por la cabeza. No desea ni el caballo negro de su jefe ni su pistola. Piensa que no hay nadie mejor para conducir a la banda que Ben Wade. Y se encarga de que todos lo sepan. Ha entendido, no sé si con dolor, que no podría estar mejor que segundo en esa banda de asesinos. Ha preferido ser el segundo en Roma que el primero en su aldea y es una decisión razonable. El tiene que ir de un punto A a un punto B y conseguir su objetivo. En eso es el mejor y lo sabe.
El resto de la banda son soportes, relleno si se quiere, cada uno con su habilidad particular pero no tan certeros y efectivos como Charlie Prince, hombres prescindibles en su mayoría. Él lo sabe y los demás lo saben. Charlie cuenta con toda la confianza del jefe. Charlie reparte el dinero del botín. Charlie cabalga primero que ellos en la formación a caballo. Charlie entiende con sólo una mirada que es lo que quiere su jefe. Cuando Charlie habla, los demás se callan. Y así es cada vez que se encuentran.
Sinuoso y esmirriado como una víbora, tiene el pelo rubio y cara de niño bueno. Todo en él está predispuesto al engaño. Exige siempre respuestas directas y si no las obtiene las sigue exigiendo hasta llegar siempre al mismo resultado. Constantemente mueve su cabeza de un lado a otro, siempre alerta, desconfiando de cualquiera alrededor. Es un poco soberbio si se quiere pero no comete errores porque sabe que se pagan caro. Para Charlie el mundo no es más grande que la banda que integra; no se le conoce mujer ni se sabe si la necesita. No se inmuta ni se conmueve y cuando sonríe siempre parece burlarse del otro.
Para Charlie cada robo es una batalla, una guerra donde rapiña lo que tiene el otro solo por diversión o necesidad. Si las cosas se vuelven feas sólo sabe responder redoblando la apuesta. Si uno muere el enemigo lo paga triple. Y si tiene que matar por la espalda mata por la espalda. Tiene un único tic que llama la atención: cuando está arriba del caballo se prende por completo su chaqueta de doble botonera, cuando se baja del caballo se desprende los dos botones derechos. Para Charlie no existe el honor. Esa es, quizás, la única cosa que le puede reprochar a Ben Wade, quien no mata si no es en igualdad de condiciones. Si lo hubiesen dejado en sus manos todo el pueblo de Bisbee hubiera ardido en una sola noche.  
Cuando Charlie jura lo hace para siempre. Charlie Prince no es humano, por más que quisiera no podría serlo. Es una completa basura. Para Charlie Prince un ser humano no es nada más que una molestia. En él no existe el más mínimo atisbo de piedad, el más mínimo respeto por la vida. Duerme tranquilo por las noches. No tiene sentimientos más allá de su fidelidad inquebrantable a Ben Wade. Para Charlie Prince Dios es una palabra en la que cree su jefe, sin sentido, sin forma, sólo citas que repite cada vez que Wade se despide de alguien. Pero no es Charlie Prince a quien escoltamos. No. Charlie Prince es la nube de tierra que avanza a nuestras espaldas en busca de su jefe por el medio del desierto con su banda detrás. Nosotros escoltamos a Ben Wade, el peor de todos.