2 dic 2010

Manhattan no es lo que creía

Ricardo Gutman

Agitado domingo con ruido a puertas, con ruido a aberturas. Si tan sólo la puerta se quedara quieta y nadie entrase trayendo nada ni preguntando cosas que se olvidarán apenas crucen de nuevo. Si nadie entrase, si nadie molestase como lo están haciendo estaría más tranquilo, les juro, por lo menos me quedaría en el molde. Si nadie entrase no pasaría nada. Un poco de paz no más, un poco de quietud. Yo, la pieza, la cama y una película.
La ventana se sacude de acuerdo al deseo de la puerta, si la puerta se cierra la ventana se abre, si la puerta se abre la ventana se cierra y cada vez que lo hace la ventana se estrella contra su marco, oscureciendo la pieza, llenándola de tierra y cosas que vienen de afuera.

Tirado en la cama intento ver Manhattan, intento entender Manhattan, intento entender algo o dormirme, quien te dice, lo primero que pase. Miro a Guillermo dormir pacífico. Me tendría que haber emborrachado, haberme acostado ya salida la mañana del domingo y tirarme así hasta las tres, cuatro de la tarde, sin pensar en mucho, roncando al por mayor, con la boca abierta.  Pero ya no me puedo emborrachar porque no me aguanto al otro día, ya ni siquiera puedo tomar un porrón como la gente sin que al otro día me pese la cabeza, ya no me puedo emborrachar ni con amigos, menos que menos sólo, ni discutir de estupideces y mujeres que a lo mejor, quizás, se hubiesen dignado en alguna noche como la de esa vez en Esperanza darnos bola a nosotros, los mismos de siempre, los antisociales, los tipos que nunca entenderán a las mujeres.
Guillermo duerme pacífico, tirado en toda su largura o su extensión, cruzado en diagonal sobre el colchón para entrar en la cama, y todos que entran y salen en la mañana del domingo feriado largo, ni siquiera en feriado largo. Si siguen así se van a  comer la puteada de su vida. Pero todos entran creyendo que hacen un favor y te miran y te das vuelta porque si los mirás los escupís, ni siquiera en feriado, ni una puta vacación de porquería entendés, ni tres días miserables.
Y el que entra te saluda como si te hiciese un favor y la panza te entra a picar pero no es hambre y te entrás a desesperar porque sabés que no te vas a mover de ese lugar. Si tan solo alguien engrasara las aberturas. Te estás poniendo nublado. Llové de una vez, déjame abrir las ventanas siquiera. O que queden abiertas, que importa, pero que se queden en un lugar. El ruido del ventilador de pie enloquece. Y la puerta que no deja de abrirse ni de cerrarse. Y el Guille que sigue ahí, dormido en diagonal de tan largo que es, sin inmutarse. Siempre fue así, desde pendejo. Siempre durmió más que yo. Desde cuando teníamos cuchetas. Manhattan no es lo que creía. Ni Woody Allen. Lo prefiero en otras como Love and Death. En Manhattan es muy patético. Un gil. Pero me hace reír. Conozco tipos así. Después se arrepienten.
Aunque no parezca necesito unas vacaciones pero como nunca me puedo ir siempre me quedo acá, en este lugar que es la vacación de los demás. Algo así como vivir en Bariloche. Entonces es como si nada. A veces haría un cambiazo. No es que no los extrañe, es que yo también necesito irme. A tirarme unos días en San Javier, en unas de esas cabañas al lado del río que dicen que son tan lindas, comer pescado todos los días, con un vinito fresco en una reposera. Cuando me invitan a San Javier o algunos de esos lugares todos me quieren llevar a pescar. Sinceramente, me importa un pito pescar, no lo hago desde que le ensarté el anzuelo a Mariela en el dedo gordo derecho. Mi tío quería enseñarme a lanzar la línea. En la Dorca creo que era. O en algún puente al lado de la ruta. No me acuerdo. Recuerdo que Mariela volvió puteando con el pie colgando de la ventana del auto, mi tío puteando por el accidente y mis hermanos que no puteaban pero que me miraban con esa cara de haberles arruinado algo hermoso. Desde ahí nunca más. Para qué, siempre me mando algo. Nunca fui a San Javier. Tampoco a Manhattan. Iría a cualquier lugar. Necesito unas vacaciones.
La puerta se vuelve a abrir. El Guille hace como que abre los ojos por la claridad que entra. La abuela pregunta algo mientras sigo tratando de escribir algo decente. Le digo que el Guille duerme. Ni siquiera sé lo que me preguntó. No quiero irme de mambo con nadie, estamos en familia después de mucho tiempo y no quiero que se me salga la chaveta. Pero no sé por qué todos entran y salen del dormitorio. Me está subiendo la temperatura. Ellos no tienen la culpa. Seguro. Yo necesito unas vacaciones. Ojalá lloviese.